14.12.12

Había decidido ya no llorar por él, que esa colección de conversaciones secas del él que habitaba su cabeza debía quedar enterrada, y no precisamente bajo el poco contenido de sonrisas inspiradas en sus besos. Había ya decidido tantas cosas, con la mente clara y las emociones frías, frías como sus manos al amanecer con él, antes de realmente hacerlo. Tenía todo calculado, calculado hasta el momento de reír nuevamente, hasta el momento del suspiro que sacara de ella toda memoria de sus momentos separados, cerca y juntos, cuando su memoria no estuviera habitada por sus encuentros. Estaba todo listo y recién salida la luz del sol, con el roce de su cara, de la almohada y su cabello, con el roce del sol y el ardor de su pecho, justo allí, con todo el cielo vacío de azul y poco poblado de nubes, allí, sólo allí las lágrimas corrieron por sus ojos, allí sus labios no se fruncieron como esperaba, allí la música no sonó en su cabeza. Allí todo estaba pasando, todo cuándo abrió sus ojos para verle a su lado, parecía que estaba pasando lo que no debía suceder nunca más, pasó cuando se dio cuenta de que no sólo quererlo no era suficiente, sino que la espera de sus planes ya había sido demasiada. Había pasado todo, o más bien estaba pasando. Aún su cara se humedecía constantemente y aquel no se daba cuenta de nada, todo al parece pasaba como debía serlo. No lloraba por él, sino por ella, por la satisfacción de su propia decisión, por el hecho de quererlo y por el hecho de querer tomar su cosas y correr libre, tan libre como en sus brazos. No reía, y no lloraba, sus emociones no estaban muertas, ella estaba viva, completa con ella misma. Con él y sin él. Lista para que él se fuera y con ganas de decirle que marchara como el tiempo. Todo pasaba en cuestión de segundos. No habría vuelta atrás, ya no era él el del plan, ella marcaba la ruta, así como la ruta de las gotas saladas hacia sus labios, hacia aquello con lo que ella profanaba todo lo que aparecía frente a ella, como esa ruta que ella había planeado y que parecía recorrer por terraceria. Todo paso y por fin pudo quedarse sin él. Por fin su risa dejo de sonar abruptamente, por fin adopto su rostro una risa clara, firme y llena. Dejó de llorar. Años pasaron y no había agua propia que le refrescase la mejilla, ella había comprendido el valor de sus lágrimas.

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